No se ciertamente cuando ocurrió. Puede
que sea parte del encantamiento que produce su muerte. Pero lo cierto es que
como tantas, una musa murió en mi mente. Con ella los recuerdos se volvieron de
un color más tenue y sin brillo. Mi corazón ya no palpita cuando le veo. Y no sé
si sentirme triste o no por ello. Pase de escribirle cartas de amor, a
incontables críticas desde el más puro sentimiento. Pero lo que se quiere tanto
siempre se acaba odiando y con el tiempo olvidando. También es de humanos negar
lo evidente… y después de esta ruptura con el deseo y la necesidad de tenerle,
hago ascos y pienso que era obsesión y no amor latente. Porque cuando pienso en
el daño que le hizo a mi corazón, no me da vergüenza admitir que sentí sino por
quién lo hice. Porque ahora que le observo desde otra perspectiva, no creo que
merezca nada de mi parte. Y esta vez no lo digo desde el sentimentalismo romántico
del que siempre le gusta mofarse. Lo digo desde la más repugnancia absoluta.
Este hecho me confunde mucho. Antes le apreciaba y ahora solo pienso que estuve
cegada esperando encontrar algo bueno de quien es incapaz de amar sin temer a
que le hagan daño. Que sus miedos lo cubren de engaño y que piensa que todos
somos iguales. Por ello se cubre siempre de una máscara que no lo deja vivir
más allá de la farsa. Puede que me haya cansado de toda esa fachada, que me
haya decepcionado amar a alguien que realmente no existe o que simplemente no
estaba enamorada.
En todo caso la musa se ha muerto, y su
hueco esta vacio y en penumbra esperando a ser ocupado o no volver a serlo
nunca.
Lo bueno de las enseñanzas y decepciones es que nos ayudan a quedarnos con los indicados. Ni tienen que ser con los que más se lo merecen, eso sería un racismo mental por nuestra parte. Más bien sería con los que dependiente a como son, están echos a nuestra justa medida.
La clave es la aceptación. No es algo que venga con la edad sino con el tiempo
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