"El que nada recuerda, nada puede desear"-Michael Ende.

sábado, 3 de agosto de 2013

La vida de L ( I )

¿Sabéis lo que es un autómata? Esa persona sin sangre en las venas que no levanta la cabeza. Esa persona que camina por caminar sin importarle lo que le pase. Puede estar a punto de poner los pies en la carretera cuando el semáforo esta en luz roja, a primera hora de la mañana, hora punta. Le da igual ser atropellado. Y también le dan igual los escapes de gas, los incendios causados por fallos eléctricos y los accidentes con olla a presión. No es lo que sería el tipo de persona preocupada excesivamente por su salud y su bien estar, lo que se diría un hipocondríaco. No, a este tipo de persona le da igual todo.
Pues esa era yo.
Llego un punto, en el que lo hacía todo por hacer. Bueno, no, perdón. Me he equivocado al referirme así a esto. Más bien, se podría decir que lo hacía todo porque los demás lo creían correcto. Creían que para alcanzar una meta simplemente tendría que conseguir sacarme una carrera. Y eso hacía. Cogía y me sentaba en las clases pensando en que todo lo que me daban por el sistema nuevo de Bolonia era una puta basura. Pero que al menos en un futuro, aquellas cosas que "aprendía" y luego vomitaba en mis exámenes, seria la catapulta para alcanzar una vida mejor. O al menos era la idea que me daba todo el que hablaba conmigo del tema.
Mi frase recurrente era " Voy a tomármelo con filosofía". Así fue como me empecé a ausentar de los pocos amigos que me quedaban. A no tener tiempo para mí. A dejar de lado ese sueño de ser escritora.
Era una heroína en mi familia solo por estar pisando la universidad a diario. Si mis vecinas preguntaban por mis resultados académicos a mis padres ellos dibujaban una sonrisa falsa en el rostro. Decían que me encantaba estudiar y que tendría futuro, que siempre estaba diciendo que amaba dedicarme a mis estudios. Cuando esas palabras jamás salieron de mi puta boca. 
Era una oveja más haciendo lo que todo el mundo creía que debía de hacer para ser una buena ciudadana, respetable y de futuro. Pero a veces me angustiaba pensar que eso no me libraría del paro que acaparaba mi país. Me agobiaba pensando que no hacia más que estudiar para luego acabar siendo camarera en un Mcdonals o quizás en un Starbucks. Eso era lo que ahora mismo te pasaba si tenias estudios. Conseguías un trabajo mediocre porque había demasiadas personas que se negaban a trabajar en cualquier cosa. Todos querían tener un puesto de trabajo decente y genial. Nadie se iba a conformar con un trabajo mediocre como camarero o albañil. Todos los padres lo consideraban el fracaso. Todos los padres querían que sus hijos fueran personas reconocidas y admiradas por su importante trabajo. Y todos esos pensamientos me golpeaban en la cabeza y se hacían una balsa desagradable en mi garganta. Me bloqueaban la mente de manera que solo quería quedarme en la cama y soñar con mi infancia. Pero no la horrible infancia que viví tras no ser aceptada por los niños de mi clase por exceso de imaginación. No. Soñaba con la infancia que me hubiera gustado tener. Donde los niños jugaban conmigo a ser magos y dragones. Ese tipo de infancia. 
Me daba pena los niños que querían crecer demasiado rápido. Esos niños no eran conscientes de lo que deseaban. Y es que cuanto más mayor eres, menos tiempo tienes de soñar. Reprimía constantemente ese pensamiento y nunca lo decía. Siempre guardaba  pensamientos como ese en la cabeza. También me guardaba las alucinaciones que tenia antes de dormirme. En ellas había alguien de piel fría que cogía mi mano y me decía:
-Descansa, L.


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